viernes, 2 de julio de 2010

No entendía el sentido del sermón de la naturaleza; supuse que sólo quería cambiar el tema de la conversación, pero entonces se volvió a mirarme con un negro humor en los ojos.
- Y desde luego, no verás al pez intentando besar al águila. Jamás verás eso - sonrió con una mueca burlona.
Le devolví la sonrisa, una sonrisa tirante, porque aún tenía un sabor ácido en la boca.
- Quizás el pez lo está intentando - le sugerí -. Es difícil saber lo que piensa un pez. Las águilas son unos pájaros bastante atractivos, ya sabes.
- ¿A eso es a lo que se reduce todo? - su voz se volvió aguda -. ¿A tener un buen aspecto?
- No seas estúpido.
- Entonces, ¿es por el dinero? - insistió.
- Estupendo - murumuré, levantándome del árbol -. Me halaga que pienses eso de mí - le di la espalda y me marché.
- Oh, venga, no te pongas así - estaba justo detrás de mí; me tomó de la cintura y me dio una vuelta-. ¡Lo digo en serio!, intento entenderte y me estoy quedando en blanco.
Frrunció el ceño enfadado y sus ojos se oscurecieron enquistados entre sombras.
- Le amo. ¡Y no porque sea guapo o rico! - le escupí las palabras a la cara -. Preferiría que no fuera ni lo uno ni lo otro. Incluso te diría que eso podría ser un motivo para abrir una brecha entre nosotros, pero no es así, porque siempre es la persona más encantadora, generosa, brillante y decente que me he encontrado jamás. Claro que lo amo. ¿Por qué te resulta tan difícil de entender?
- Es imposible de comprender.

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