- Bueno ... - me devané los sesos para encontrar la forma adecuada de expresarlo -. No confío en que yo, por mí misma, reúna méritos suficientes para merecerte. No hay nada en mí capaz de retenerte.
Se detuvo y se estiró para bajarme de la espalda. Sus manos suaves no me soltaron después de dejarme en el suelo y me abrazó con fuerza, apretándome contra su pecho.
- Me retendrás de forma permanente e inquebrantable - susurró -. Nunca lo dudes.
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