Un día lluvioso y frío, Valentino Alcapanni se puso a pensar. Un vaso vacío esperaba sobre la mesa. Él estaba realmente triste en su oscura habitación. Valentino quería morir.
Fue en busca de su botella de whisky, se sentó, sintonizó la radio más melódica y lloró.
Su vida era rutinaria. aburrida: se despertaba temprano, bebía su café amargo y salía hacia la oficina. Se pasaba las horas haciendo lo que le ordenaban, sin ánimo. Al regresar a su casa, miraba televisión o escuchaba música mientras bebía. No tenía amigos. Estaba alejado de sus padres, su única familia. Había terminado una relación con una muchacha. No quería que nadie llegara a su vida. Su mejor amigo era el piano, que tocaba en los días más tristes.
Un domingo lluvioso de mayo, vio su realidad y ya no quiso saber más. No se creía capaz de querer a alguien, ni siquiera de ascender en su trabajo. Si alguien se le acercaba, él se alejaba; no quería lastimare a nadie, tampoco a sí mismo. Decidió acabar con todo, suicidarse. Abrió el frasco de pastillas para dormir y lo vació en la boca. Bebió el whisky que quedaba y se recostó. Cerró los ojos y esperó, esperando que el dolor desapareciera de pronto.
Al día siguiente, el encargado del edificio lo encontró. Valentino fue a parar al hospital, donde le salvaron la vida.
Al poco tiempo regresó a su casa. Tocó el piano durante horas y lloró. Seguía en su cabeza el deseo de morir. De pronto se vio a sí mismo, pasando desde el balcón a la cornisa del sexto piso. Alguien llamó a la emergencia. Pronto hubo mucha gente intentando detenerlo, personas que podrían ser sus amigos.
Entonces, con un solo paso, Valentino Alcapanni selló su destino.
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