miércoles, 11 de febrero de 2009

Un hada madrina

- ¿Qué estás haciendo? - preguntó Emma, al encontrarme con la cabeza dentro del armario y toda mi ropa desparramada en el suelo.
- Es un desastre, Em - le dije -. Me invitaron a una fiesta y no tengo nada que ponerme. Necesito algo muy especial.
Emma se acurrucó en la cama de abajo.
- Necesitas un hada madrina. Como la Cenicienta.
- No conoces alguna, por casualidad, ¿no?
Emma meneó la cabeza, luego fue a uno de sus cajones y sacó una diminuta malla azul.
- Si quieres, puedo prestarte esto.
- Gracias, Em, pero creo que es un poquito pequeña.
Tanto Becca como Lia habían ofrecido prestarme algo suyo y había tenido una sesión en la casa de cada una, revisando el vestuario, pero no era de mi talle. Cuando me probaba la ropa de ella, se notaba que no era mía. Becca mide 1,70 m y yo no llego a 1,60 m. Sus vestidos me van grandes. Lo mismo pasa con Lia; ella mide 1,67 m pero es delgada y tiene poco pecho, de modo que su ropa me ajustaba por arriba y era muy larga abajo. Empezaba a pensar que, después de todo, habría sido más fácil ir como mesera.
- ¿Y tu top plateado? - preguntó Emma -. Es bonito.
- Está un poco menos bonito desde que Luke lo lavó con sus cosas de fútbol. Además, necesitaría algo que combine. Siempre me lo pongo con jeans para la discoteca de la escuela, y a esta fiesta no puedo ir en jeans.
- Pídele a papá algo nuevo.
- Ya lo hice. Me dijo que me pusiera el vestido que usé el año pasado cuando fui dama de honor en la boda de la tía Brenda.
Hasta Emma hizo una mueca ante esa sugerencia. El vestido era de un color rosado con mangas abultadas y, cuando lo tenía puesto, me sentía como si debieran colgarme de un árbol de Navidad. ¿Sexy? No precisamente.
Emma volvió a revisar su cajón y sacó su alcancía de Barbie. La abrió y me dio dos monedas de veinte peniques.
- Toma, puedes usar todo mi dinero.
Le di un abrazo.
- Gracias, Em. Eres un sol.
Puede ser muy dulce, cuando quiere.

Volví a guardar toda mi ropa y luego bajé a ver la tele con los demás. Me sentía muy desgraciada. Era la primera vez que me invitaban a algo tan elegante. La hermana de Lia, Estrella, vendría de Londres con todas sus amigas modelos; la mitad de los músicos de rock estarían allí, además de la Sra. Axford, que siempre parecía salida de la portada de Vogue y, desde luego, Ollie. Y Jade. Sin duda, tendría planeado algún numerito fabuloso, y yo me vería como una empleada doméstica. Estoy segura de que mamá me habría entendido, si hubiera estado aquí. Un padre no entiende la importancia de lucir como una diosa en ocasiones como ésta; al menos, no mi papá.
- ¿Por qué quieres dinero para comprar un atuendo que te pondrás una sola vez y luego quedará guardado en el armario? - me había dicho.
No era justo.
Lia y Becca no tenían ese problema. Tenían madres que las llevaban de compras. Lia había ido a Londres con la suya y regresado cargada de bolsas con cosas increíbles de diseñadores famosos, envueltas en papel de seda. Su mamá le había comprado lo mejor: zapatos sexis de taco alto, una gargantilla de strass que parecía haber costado una fortuna y un minivestido de encaje azul pálido. Hasta había comprado ropa interior sexy y maquillaje. Cuando se probó todo junto, parecía una millonaria.
La mamá de Becca también le había comprado cosas nuevas. La había llevado a Exeter y Becca había elegido un top negro sin mangas con un adorno de plumas, pantalones ajustados de satén negro y unos zapatos negros altísimos sin talón. Parecía de dieciocho años y muy sofisticada.
Y yo me veía llegando con mi vestido rosado de dama de honor. Sería el hazmerreír. No tiene sentido, pensé, tratando de concentrarme en la tele. No podré ir.
Papá debía sentirse culpable, porque no dejaba de mirarme cada tanto.
- Anímate, querida.
- Mmmm - respondí.
- Francamente, Cat, con tu belleza, serás la más linda del baile. No necesitas ropa elegante para destacarte entre la multitud.
- Sí, claro - dije. Realmente no entiendes nada, pensé.
En ese preciso momento, divisé algo en la biblioteca que está detrás del televisor. Apilado con los álbumes de fotos y los libros de jardinería. Eso es, pensé. Mi hada madrina. O algo así.
Esperé hasta que Luke, Joe y Emma se fueron a dormir y papá fue a prepararse una taza de té; luego tomé el catálogo del estante, corrí al primer piso y me encerré en el baño.
Pasé las hojas hasta llegar a la sección de ropa de noche para chicas. La respuesta a mis plegarias, ropa divertida pero elegante: tops con lentejuelas, vestidos con piedras, telas sedosas, pantalones de terciopelo. Fabuloso, fantástico.
Leí las condiciones:
Uno elige lo que quiere.
Hace el pedido por teléfono.
Lo entregan dentro de las cuarenta y ocho horas.
Si no está conforme, lo devuelve.
Sería facilísimo. Faltaban cuatro días para la fiesta. Tenia el tiempo justo, Y después de la fiesta, podría devolver la ropa por "disconformidad". No perjudicaba a nadie. Papá no tenía por qué enterarse. Les había comprado una cortadora de césped en el verano y en la portada del catálogo figuraba su número de cuenta. Facilísimo.
Volví a recorrer las páginas. ¡Había tanto para elegir! Colores increíbles, brillantes, glamorosos, ideales para una chica de mi edad. Deseé que Lia o Becca estuvieran aquí para ayudarme, pero decidí no decirles nada.En una página había un vestido de seda púpura con un solo hombro. Perfecto. Ese serviría.
Entonces se me ocurrió algo. ¿Estaba haciendo algo malo? En realidad, no era robar, pues devolvería el vestido la mañana siguiente a la fiesta. Pero me invadió la sombra de una duda después de tanto esforzarme por ser sincera. ¿Sería algo malo? ¿Deshonesto? Papá no tendría por qué verlo, de modo que yo no necesitaría mentirle, y Lia y Becca seguramente me entenderían. Simplemente, era un préstamo. No era nada malo, ¿verdad?
El vestido me miraba desde la página brillante. Me quedaría fabuloso. Me lo veía puesto. No hago mal a nadie, no hago mal a nadie. Y estaba segura de que mi mamá me lo habría permitido de haber estado allí.
Abrí la puerta del baño, bajé la escalera con sigilo, tomé el teléfono inalámbrico y volví a subir.
Marqué el número antes de que pudiera cambiar de parecer.


" Mentiras Inocentes " ; Cathy Hopkins

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