sábado, 14 de febrero de 2009

Cat-arsis

A la mañana siguiente, desperté sintiéndome de lo mejor. Llena de esperanza. Todo iba a estar bien.
- Cat. ¿Puedes bajar? - me llamó papá.
Por su tono de voz, me di cuenta de que había algún problema. Me puse la ropa de la escuela y bajé corriendo a la cocina. Papá estaba sentado en la mesa con la correspondencia del día.
- ¿Puedes explicar esto? - preguntó, levantando una factura de la compañía del catálogo.
Bajé la cabeza. Mi plan había sido interceptar al cartero y encargarme de la factura, para que no hubiera preguntas. Pero después de mi día maravilloso con Zoom, había dormido mejor que nunca en las últimas semanas. Y me había despertado tarde. No había visto llegar el correo.
- Esteee ... - Pensé y pensé buscando la mejor manera de explicarlo.
- Verás - prosiguió papá -, aquí dice que la semana pasada enviaron un vestido. Yo llamé para decirles que no había encargado nada, pero me aseguraron que alguien llamó desde esta dirección.
Respiré hondo.
- Fui yo. Lo siento. No tenía nada que ponerme para la fiesta y cuando vi el catálogo, yo ... - Decidí omitir la parte del plan original de devolver el vestido -. Además ... conseguí trabajo con la Sra. Daly para entregar los periódicos, para pagarlo.
Papá estaba callado. Hay silencios y silencios, pensé. Y éste no era bueno.
- Puedo explicarte ...
- No quiero oír explicaciones, Cat. Francamente, me has decepcionado. Creía haber criado a mis hijos para que fueran honestos. - Luego agregó, con expresión triste - : Anda. Cat, ve a la escuela. Hablaremos esta tarde.

...

Dejé a Becca en la parada del autobús y me dirigí a casa. Pero enseguida doblé en dirección a la playa de Cawsand.
Cuando llegué, estaba oscureciendo, hacía frío y empezaba a llover. No había un alma en la playa. Fui a mi lugar preferido y, cuando me senté, el cielo se abrió y empezó a llover a cántaros. No me importaba. No había nadie y yo iba a llorar mucho.
Una vez que empecé, no podía parar. Habían pasado tantas cosas desde el verano. Haberme sentido alejada de Becca. No poder contarle mis secretos. No tener nada que ponerme para la fiesta mientras mis dos mejores amigas se compraban cosas fabulosas. Luego, el desgarro en el vestido del catálogo. Que Becca descubriera a Ollie besándome. Que Ollie besara a Jade. Tratar de decir la verdad y meterme en problemas con todo el mundo. Tratar de mantenerme cuerda en una casa con demasiada gente. Nadie me aprecia a pesar de todo mi esfuerzo, pensé, mientras afloraban grandes sollozos de dolor. Ser más pobre que todos mis amigos. Tener que compartir mi cuarto con una enana chiflada. Terminar con Zoom. Y que él estuviera de acuerdo en que era una buena idea. Tal vez sabía que yo, en el fondo, era mala y por eso se alegraba de que termináramos. Quizá nadie volvería a querer estar conmigo, nunca más, y moriría sola. Ya no quería seguir siendo yo. Todo el mundo pensaba que yo era muy fuerte y valiente, que sabía enfrentar situaciones difíciles, pero no era así. Ya no lo soportaba. Me sentía patética. Y papá pensaba que no era buena.
Fue como si se hubiese abierto una compuerta en mi interior y estuviesen aflorando a la superficie todas las cosas en las que nunca me había permitido pensar.
Mis pensamientos giraron hacia mi madre y me invadieron los recuerdos. Era después del funeral y la casa estaba en silencio luego de que todos los amigos y parientes recogieron sus cosas y se marcharon. Papá nos había preparado rebanadas de pan tostado con queso y luego había subido a acostar a Joe, Luke y Emma. Como no quería quedarme sola abajo, los seguí al primer piso y entré al baño. Allí, en la repisa junto a la ventana, estaba el frasco de perfume de mamá. Le quité la tapa y rocié un poco del aroma en el ambiente. Me hizo sentir inmediatamente u presencia, pero comprendí que la fragancia se desvanecería, igual que ella.
Entonces me di cuenta de que con toda la prisa y el caos de los arreglos para el funeral, papá había olvidado comprar papel higiénico y no quedaba más. De eso siempre se había encargado mamá.
En ese momento comprendí que ya no tenía mamá. Nadie que nos cuidara. Ella ya no estaba.
Me senté en el retrete y lloré amargamente.
Tantas cosas que nos resultaban familiares desaparecieron con ella: los almuerzos de los domingos, los preparativos que hacía para los cumpleaños y para Navidad, sus palabras de aliento por la mañana los días de examen, el aroma de la comida preparándose, la radio como fondo mientras mamá se ocupaba de todos cuando yo regresaba por la noche.
Luego de ese recuerdo, ya no pude contenerme.
Pensé en toda la gente del mundo que habría perdido a un ser querido y lloré por ellos.
Pensé en todas las malas noticias de había oído últimamente, de guerra en sitios lejanos, y odio, y personas que habían perdido a sus familias, hogares y sus empleos.
Este mundo es horrible, pensé. Hay tanto dolooooooooor.
Cuando se me empezaban a terminar los motivos para llorar, una vocecita me recordó, desde el fondo de mi mente: además eres bajita. ¿Por qué no llorar por eso también?
Eso haré, pensé. Por qué no, ya que estoy. Es cierto, soy la más baja de la clase. Y me está saliendo un grano en el mentón. Y el único chico que me gusta de verdad es el Rey de los Rompecorazones.
Me sentía bien allí, sollozando bajo la lluvia, contemplando las olas oscuras que se elevaban y rompían furiosamente en la playa. No sé cuánto tiempo estuve así, pero me sentía una con el mar y la lluvia, un mismo torrente de agua salada.


" Mentiras Inocentes " ; Cathy Hopkins

No hay comentarios:

Publicar un comentario